El icono del Buen Samaritano sugiere una vida religiosa:
· “En camino”, que capta la realidad de su entorno, sabiendo que no hay
nada hecho, que la respuesta hay que darla en cada momento, porque la
realidad nos sorprende constantemente con nuevas sorpresas.
· Que “cambia los modos de hacer” para permitir reformas estructurales
que nos acerquen a la realidad para transformarla desde dentro y recorrer
en ella los caminos de la misericordia.
· Que “ponga vino y aceite” en tantas heridas de hombres y mujeres;
niños y niñas; adolescentes y jóvenes, ancianos y ancianas tirados en las
cunetas de la vida que arrastran las secuelas de violencias, injusticias y
guerras.
· “Arrodillada”, que esté allí donde el dolor y la muerte se hacen
presentes, sin poder, sin tener y sin prestigio.
· “Apasionada”, que sea “reserva de humanidad” ante tanta inhumanidad,
porque derrocha ternura, amor, compasión, fidelidad,... y nos lleva a vivir,
convivir y compartir con los empobrecidos de la tierra trabajando con
dedicación por su liberación.
· Que no “pasa por casualidad” entre los marginados, excluidos y
empobrecidos, sino que está allí presente y vive con ellos.
· Que “sin dar rodeos”, sin protagonismos, caminando al lado de las
demás formas de vida cristiana y al lado de los hombres y mujeres de
buena voluntad que trabajan en misión compartida por la paz y la justicia.
· Que “compromete a otros” en la solidaridad, que implica y se implica a
sí misma en programas de otras instituciones civiles y religiosas para
atender a las necesidades de los más desfavorecidos.
· Que vive los sentimientos de Cristo, el samaritano por excelencia, que
se despojó haciéndose siervo de todos y sale al encuentro de una
humanidad rota y golpeada por nuestro egoísmo.
· Cuya única ley es el amor a Dios y a todos los hombres y mujeres “con
todo el corazón, con toda el alma y con todos los bienes”.